EL OJO QUE TODO LO VE: No querer a los niños y niñas

Es cierto que acostumbramos a comentar la actualidad política, con el sarcasmo e ironía necesaria para temas tan sensibles para algunos, sin embargo, en esta oportunidad, y como siempre agradeciendo la libertad de expresión entregada por esta revista digital, quiero referirme a cómo he caído en consideración de que en Copiapó no se quiere a nuestros niños y niñas.

No se quiere a nuestros niños cuando como autoridades responsables y ciudadanos, permitimos que liceos, escuelas o jardines sigan funcionando en condiciones tan peligrosas y perjudiciales para la salud de los pequeños y jóvenes. ¿Cómo es posible que desde al menos un par años se deban suspender clases por episodios de emanación e intoxicación por gases que emanan desde la escuelas locales? Nadie se ha hecho responsable, nadie ha tenido ni los pantalones ni la falda. Solo hemos hallado rápidas defensas tanto de la sanitaria como del gobierno regional y de la propia Municipalidad de Copiapó, esta última, – incluyendo su alcalde y su variopinto cuerpo de concejales -, responsables de entregar y velar por las condiciones de estudio en los recintos públicos.

A tal punto ha llegado la negligencia, inoperancia e indiferencia, que incluso ha debido intervenir el Instituto Nacional de Derechos Humanos para resolver este grave problema, con un recurso de protección ante la Corte de Apelaciones de Copiapó, que derivó en el cierre de escuelas y en el mandato de solución de este problema al Municipio en un plazo de 90 días. Claro, a la Corte no se le pueden arrogar eufemismos, ni adornar discursos, ni eludir con explicaciones técnicas, como se ha hecho con la población. Pero ¿por qué intervino el INDH se preguntará usted? Básicamente porque se están vulnerando derechos esenciales como el de recibir educación, proteger la salud y de permanecer en un ambiente libre de contaminación. Pero no es solo a los propios estudiantes, profesores y comunidad educativa a quienes se le están vulnerando sus derechos, sino que también a los vecinos y comunidades que rodean estos establecimientos, quienes también deben lidiar con los malos olores y peligrosidad de estas emanaciones.

¿Habrá que acostumbrarnos y sumar los gases de las escuelas de Copiapó a la lista de tragedias ambientales de la región, como la contaminación en Huasco y Chañaral? 

¿Qué debe ocurrir para que estas situaciones tengan un punto final? No esperemos una tragedia para trabajar de verdad en soluciones definitivas, no seamos indiferentes como ciudadanos y no evadamos responsabilidades como autoridades (nacionales, regionales y municipales), porque desde ya sabrá usted, estimado lector, quiénes serán los responsables si ello ocurre.

Arrivederci

Por Elmirón

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